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BIER UND FREIHEIT

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sábado, mayo 17, 2008

Una ventana al mundo

Quiero abrir una ventana, que me lleve de aquí a allá, a distinto mundos de distinta arena y distinto mundo. Quiero abrir una ventana, para sentir lo nuevo cada día, el cada día de un nuevo mundo.

Todo me va bien —pensó.

Las paredes se giraban en torno a si; todo estaba oscuro, como casi siempre. Se sentó en la pared del norte, la más fría. Era sin duda su lugar favorito. Hacía mucho calor a esas alturas del año y lo menos que podía hacer para refrescarse era pegar su espalda desnuda a la fría piedra. La piedra le transmitía el sosiego y la quietud que tan a menudo echaba en falta. Le recordaba al silencio mortal de las catedrales románicas, donde el mundo parece a veces que se detuvo, entre ruido de monjes y sacristanes, de piedad y rosario. La sobriedad y el frío como distintivos del alma humana. Todo eso lo tranquilizaba.


Otro día igual —murmuró.

No había nada que hacer, solo dejar pasar el tiempo. Cogió una piedrecita y empezó a jugar con ella. La lanzaba al aire e intentaba cogerla a la primera. Al poco se cansó de tan insulso e infantil juego. Toda la tarde se extendía ante él y el sopor (tan típico de esas horas y lugares) empezaba a adueñarse de él.

Podría echarme una siestecita. Total, no tengo mucho más que hacer, pensó.

Cuando el sopor estaba a punto de atraparlo, dos minúsculos puntos rojos en la lejanía llamaron su atención. Dos puntos rojos fijos en él, retándole a sostener la mirada.

Ahí os podéis quedar, puntos. A un viejo perro osáis retar —gritó fuera de sí.

Los puntos se apagaron por un momento, para aparecer segundos después en la otra esquina. Mantenía su mirada, sin descanso, como si de ello dependiera su vida. La lucha podía durar horas, tal era el aburrimiento del lugar. En este caso se puede ver el cambio que se produce en un hombre por la soledad y el aburrimiento. Las cosas más nimias se tornan vitales, casi una carrera por la supervivencia. La locura, no menos importante, acecha también desde todas las esquinas; un hombre gritándole a unos puntos rojos no es cosa muy cuerda.

Y así se pasó la tarde, así como todas las tardes de las tardes de la vida.

Al llegar la noche, en medio de la quietud del lugar, se pudieron escuchar unos pasos. Se detuvieron junto a la puerta y tras un sonoro tintineo de llaves la puerta se abrió. Los puntos rojos, que había desaparecido hacía tiempo, encontraron un digno sucesor. Una figura blanca, con las manos en las caderas, se plantó en la puerta. Ya no había puntos rojos, sino un destello, que todo cegaba. Extendió la mano, bendiciendo la estancia.

Otro día más, eh muchacho —dijo.

Y los que me quedan, padre, y los que me quedan.

martes, mayo 06, 2008

La laguna

Un viento atroz azotaba incesantemente las aguas de la laguna. Ésta se encontraba al borde de un bosque de robles y abedules. Unas piedras roídas la flanqueaban por el norte, haciéndola parecer un salón de espejos.

La laguna emanaba una pasmosa tranquilidad. El movimiento de sus olas recordaba al titilar de las estrellas, y el sonido de éstas rompiendo contra la orilla hacía estremecer al hombre más valiente. Al caer el sol, sus aguas se tornaban negras, más negras que el mismo infierno, tan negras como la propia oscuridad.

Una tarde de verano, una hermosa joven acudió como hacía cada tarde a sentarse en las piedras de la laguna. Esbelta y risueña, la joven escaló pausadamente una de las rocas. Su pelo era oscuro y formaba unas resueltas ondulaciones que recordaban a las de la laguna con el viento. Cuando terminó de escalar se sentó, y echándose el manto sobre las piernas se puso a contemplar el paisaje.

Desde niña adoraba la laguna, era algo que le hacía sentir feliz, liberada. Desde allí podía contemplar la inmensidad de la llanura a sus espaldas, y también, de frente, veía el bosque y sus secretos. Mientras que todo esto le provocaba un leve sentimiento de ansiedad y desasosiego, al bajar la vista a la laguna, todo desaparecía. Sólo ella y la laguna; todo era misterio y soledad, los pilares de su vida.



Esa tarde, la laguna presentaba un aspecto ligeramente distinto: sus aguas eran más negras que de costumbre. La joven, ajena al cambio, seguía mirando embelesada esas aguas que tantos recuerdos le traían.

Pequeñas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Sin quererlo, se había contagiado del nuevo espíritu de la laguna. Ahora estaba triste y, para su desesperación, no sabía porqué.

El otrora viento cálido se transformó en un gélido ventarín que le hizo estremecer. Una suave neblina apareció, espesándose con el paso de los minutos.

La joven, aterrorizada, veía como una figura se iba aproximando a la laguna. La extraña figura se fue haciendo cada vez más clara, hasta que en los ojos de la joven se vislumbró una sensación de reconocimiento.

La joven estaba pálida, aterrada; era incapaz de reaccionar.

— Has vuelto...—se atrevió a decir en forma de suspiro.

—Sí. —respondió simplemente la figura.

La joven sintió un repentino deseo de abalanzarse sobre él, y caer rendida en sus brazos; pero sus piernas no se lo permitían, estaba paralizada.

—No vengo para quedarme. Estoy aquí para despedirme.

Un leve escalofrío recorrió a la joven. No comprendía lo que pasaba. No podía ser cierto.

—Pero...qué...por qué —dijo entrecortadamente.

— Ya no soy lo que antes era. Sentimiento y humanidad no tienen más cabida en mí. No puedo odiar, ni amar; eso son solo recuerdos. Vengo para despedirme por fin, algo que ya ni me pesa ni me duele. Se acabó todo. Hasta siempre.

Dicho esto, la extraña figura desapareción entre la niebla y se internó en el bosque.

La joven, con lágrimas en los ojos, miró la laguna, su laguna, de la que nunca más se separaría.

Todavía hoy se cuenta que algunas noches de verano se la puede oír sollozar, presa de una tristeza infinita, por algo que pudo ser y no fue.