Una noche más
Un zumbido me despertó. La habitación estaba vacía, como siempre. El aire, cargado, como siempre.
La habitación me pareció insoportablemente pequeña; debía salir de allí. A tientas, conseguí encender la luz. Ya no me parecía tan pequeña, pero el agobio y la desazón seguían ahí. Bajé las escaleras en tres pasos.
Fuera, se me heló el corazón; el frío era brutal.
- Nunca conseguiré acostumbrarme a la dureza de Castilla...- apenas murmuré al aire.
Enfilé San Hermenegildo y pronto me encontré perdido en las angostas callejuelas que la rodean, estrechísimas calles con cautivadores balcones de épocas pasadas, ahora siempre vacíos. Con una angustiosa sensación de vacío me topé con la Palma, siempre tan alegre y colorida. A esas horas de la noche, en cambio, la alegría había emigrado a otras tierras y la calle sólo era un fantasma de lo que había sido.
Perdido y con las manos en los bolsillos seguí con mi azaroso caminar. La falta de sueño me hacía delirar: los balcones se tornaban borrosos, cada mísera papelera suponía un peligro, los pocos colores que quedaban habían desaparecido...
En Conde Duque recuperé el sentido; la calle, más ancha que las otras, fue una liberación. No había coches, ni gente, todo era amplio...
Se me acercó un hombre de ropas raídas y con fuerte aliento a alcohol. Su mirada se posó en mí. Paralizado, sostuve la mirada. No tenía miedo, no había motivos para ello.
- ¿Tienes cerveza?
Le escruté el alma, con un mirada fría y triste, carente de vida. El hombre, aterrado, se marchó presuroso; había visto la misma muerte en mis ojos.
Hundido, regresé a casa. Era sólo una noche más de este triste infierno.
La habitación me pareció insoportablemente pequeña; debía salir de allí. A tientas, conseguí encender la luz. Ya no me parecía tan pequeña, pero el agobio y la desazón seguían ahí. Bajé las escaleras en tres pasos.
Fuera, se me heló el corazón; el frío era brutal.
- Nunca conseguiré acostumbrarme a la dureza de Castilla...- apenas murmuré al aire.
Enfilé San Hermenegildo y pronto me encontré perdido en las angostas callejuelas que la rodean, estrechísimas calles con cautivadores balcones de épocas pasadas, ahora siempre vacíos. Con una angustiosa sensación de vacío me topé con la Palma, siempre tan alegre y colorida. A esas horas de la noche, en cambio, la alegría había emigrado a otras tierras y la calle sólo era un fantasma de lo que había sido.
Perdido y con las manos en los bolsillos seguí con mi azaroso caminar. La falta de sueño me hacía delirar: los balcones se tornaban borrosos, cada mísera papelera suponía un peligro, los pocos colores que quedaban habían desaparecido...
En Conde Duque recuperé el sentido; la calle, más ancha que las otras, fue una liberación. No había coches, ni gente, todo era amplio...
Se me acercó un hombre de ropas raídas y con fuerte aliento a alcohol. Su mirada se posó en mí. Paralizado, sostuve la mirada. No tenía miedo, no había motivos para ello.
- ¿Tienes cerveza?
Le escruté el alma, con un mirada fría y triste, carente de vida. El hombre, aterrado, se marchó presuroso; había visto la misma muerte en mis ojos.
Hundido, regresé a casa. Era sólo una noche más de este triste infierno.
2 Comments:
Querido, tu habitación es insoportablemente pequeña, jejeje.
Hundido nunca, si hace falta abro el gabinete psicológico, no importa la hora. Además, ya sabes que por el móvil gano en comprensión.
Me alegra verte por aquí, no esperaba esta agradable visita.
Sí, mi habitación es minúscula, pero en un mes más o menos volveré a la grande, a ver de nuevo la luz del sol.
Gracias por tu apoyo, ya sabes que siempre digo que no sé qué haría en Madrid sin ti; espero, de corazón, que este matrimonio tan fructífero no acabe pronto.
Debo decir que ahora, por suerte, no estoy hundido, esa sensación es de la semana anterior; aunque no está todavía todo ganado. Dentro de poco volveré a ser el de siempre, no lo dudes.
Muchas gracias.
Nos vemos en interpretación.
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