Respuestas
Un pequeño hombre oteaba desde el borde de un afilado acantilado el imponente mar que se abría a sus pies. Las olas se estrellaban furiosas contra el litoral, buscando un lugar donde anidar.
El hombre intentaba encontrar una respuesta, una respuesta a su problema. Había lanzado su pregunta al aire, al vacío, al interminable horizonte.
El mar rugía incansable, no había tregua. La calma no existía, era una mera quimera. Roto de dolor, el cielo lanzaba sus impertinentes improperios a la tierra. Un vendaval tras otro, meciendo entre lamentos los pocos árboles que resistían año tras año su eterna furia. Las briznas de hierba se despojaban de su humedad para dar con el duro suelo; bastante agua había ya en el aire.
Un trueno desgarró el cielo. El hombre seguía con la mirada perdida en el horizonte. Sus negros cabellos seguían el tétrico ritmo del vendaval.
- ¿¡Dios, qué he de hacer?!
Sus gritos se perdieron el aire. Estaba desesperado. Necesitaba algo en qué creer, algo a lo que aferrarse. El suelo, su suelo, le parecía completamente inestable.
Gritó. Gritó con toda su alma. Era demasiado, era insoportable.
- ¿Por qué?
No halló respuesta.
De hecho, nunca la hubo.
En un último impulso corrió hacia el borde, luchando contra el viento.
Se hizo uno. Uno con el viento, uno con el mar, uno con la roca.
No halló respuesta.
De hecho, no existía.
El hombre intentaba encontrar una respuesta, una respuesta a su problema. Había lanzado su pregunta al aire, al vacío, al interminable horizonte.
El mar rugía incansable, no había tregua. La calma no existía, era una mera quimera. Roto de dolor, el cielo lanzaba sus impertinentes improperios a la tierra. Un vendaval tras otro, meciendo entre lamentos los pocos árboles que resistían año tras año su eterna furia. Las briznas de hierba se despojaban de su humedad para dar con el duro suelo; bastante agua había ya en el aire.
Un trueno desgarró el cielo. El hombre seguía con la mirada perdida en el horizonte. Sus negros cabellos seguían el tétrico ritmo del vendaval.
- ¿¡Dios, qué he de hacer?!
Sus gritos se perdieron el aire. Estaba desesperado. Necesitaba algo en qué creer, algo a lo que aferrarse. El suelo, su suelo, le parecía completamente inestable.
Gritó. Gritó con toda su alma. Era demasiado, era insoportable.
- ¿Por qué?
No halló respuesta.
De hecho, nunca la hubo.
En un último impulso corrió hacia el borde, luchando contra el viento.
Se hizo uno. Uno con el viento, uno con el mar, uno con la roca.
No halló respuesta.
De hecho, no existía.
2 Comments:
Si no fuera por mi pequeñísima fobia a las alturas me hubiera tirado sin pensarlo, pero eso de "hacerse uno con la roca" ya no me gusta tanto.
Querida, tu pequeña fobia (porque la mía es inmensa) desaparecería en ese supuesto. Según he escuchado, el corazón deja de latir al tirarse uno desde grandes alturas. Por supuesto, nunca lo sabremos a ciencia cierta; también dicen que si te cortan la cabeza sigues sintiendo durante unos segundos (pobre Robespierre).
La muerte siempre nos será misteriosa.
El "hacerse uno con la roca" es fundamental. Somos parte de todo lo que nos rodea y volver a uno de los elementos primigenios es . Sólo (odio escribirla sin tilde. ¡Que le den a la RAE!)somos materia, aunque les joda a los católicos y demás.
Por cierto, te has perdido una buena sesión de Ondiñas. Hoy era la "noche italiana"; te hubiera gustado. Lo demás como siempre: mucho alcohol (ya lo has notado, ¿no?), mucha risa y la voz de Zornoza por doquier.
Mit freundlichen Grüssen,
Sergio.
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