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BIER UND FREIHEIT

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domingo, febrero 17, 2008

Respuestas

Un pequeño hombre oteaba desde el borde de un afilado acantilado el imponente mar que se abría a sus pies. Las olas se estrellaban furiosas contra el litoral, buscando un lugar donde anidar.

El hombre intentaba encontrar una respuesta, una respuesta a su problema. Había lanzado su pregunta al aire, al vacío, al interminable horizonte.

El mar rugía incansable, no había tregua. La calma no existía, era una mera quimera. Roto de dolor, el cielo lanzaba sus impertinentes improperios a la tierra. Un vendaval tras otro, meciendo entre lamentos los pocos árboles que resistían año tras año su eterna furia. Las briznas de hierba se despojaban de su humedad para dar con el duro suelo; bastante agua había ya en el aire.

Un trueno desgarró el cielo. El hombre seguía con la mirada perdida en el horizonte. Sus negros cabellos seguían el tétrico ritmo del vendaval.

- ¿¡Dios, qué he de hacer?!

Sus gritos se perdieron el aire. Estaba desesperado. Necesitaba algo en qué creer, algo a lo que aferrarse. El suelo, su suelo, le parecía completamente inestable.

Gritó. Gritó con toda su alma. Era demasiado, era insoportable.

- ¿Por qué?

No halló respuesta.

De hecho, nunca la hubo.

En un último impulso corrió hacia el borde, luchando contra el viento.

Se hizo uno. Uno con el viento, uno con el mar, uno con la roca.

No halló respuesta.

De hecho, no existía.

sábado, febrero 09, 2008

Una noche más

Un zumbido me despertó. La habitación estaba vacía, como siempre. El aire, cargado, como siempre.

La habitación me pareció insoportablemente pequeña; debía salir de allí. A tientas, conseguí encender la luz. Ya no me parecía tan pequeña, pero el agobio y la desazón seguían ahí. Bajé las escaleras en tres pasos.

Fuera, se me heló el corazón; el frío era brutal.

- Nunca conseguiré acostumbrarme a la dureza de Castilla...- apenas murmuré al aire.

Enfilé San Hermenegildo y pronto me encontré perdido en las angostas callejuelas que la rodean, estrechísimas calles con cautivadores balcones de épocas pasadas, ahora siempre vacíos. Con una angustiosa sensación de vacío me topé con la Palma, siempre tan alegre y colorida. A esas horas de la noche, en cambio, la alegría había emigrado a otras tierras y la calle sólo era un fantasma de lo que había sido.

Perdido y con las manos en los bolsillos seguí con mi azaroso caminar. La falta de sueño me hacía delirar: los balcones se tornaban borrosos, cada mísera papelera suponía un peligro, los pocos colores que quedaban habían desaparecido...

En Conde Duque recuperé el sentido; la calle, más ancha que las otras, fue una liberación. No había coches, ni gente, todo era amplio...
Se me acercó un hombre de ropas raídas y con fuerte aliento a alcohol. Su mirada se posó en mí. Paralizado, sostuve la mirada. No tenía miedo, no había motivos para ello.

- ¿Tienes cerveza?

Le escruté el alma, con un mirada fría y triste, carente de vida. El hombre, aterrado, se marchó presuroso; había visto la misma muerte en mis ojos.

Hundido, regresé a casa. Era sólo una noche más de este triste infierno.